Paisajes Lindos - Primer encuentro con las ballenas en Argentina
Invitado
bajo los auspicios de Antonio Torrejón, preparé mi viaje a la Península Valdés. Ultimé los detalles sobre todo para
llegar a horario a aeroparque. Salí en el transfers con muchísima anticipación.
Mi temor…Piquetes, atascamiento en la autopista. Etece. Etece. Los dedos
cruzados por si acaso e íbamos avanzando en nuestro recorrido.
Paisajes Lindos
Sin
sobresaltos. Llegué muy temprano. Check inn. No
había electricidad para el uso de la computadora. No es nada, pasa en las
mejores familias. Quince minutos de atraso. Ya estaba arriba listo para
embarcar, saboreando mi visita a la Península. Ocurrió lo inesperado o lo
esperado. Se escuchó una voz ceremoniosa. " Pay attention please” -
“Preste atención por Favor”. Huelga de no sé quién ¿? No hay vuelos…Dos horas
de atraso.
La
joven que me recibió de la Secretaria de Turismo y Áreas
Protegidas de la Provincia del Chubut, fue quien me organizó el
viaje. En esta ocasión acompañada de Claudio a partir de ahora nuestro chófer.
Me habían estado esperando con mucha impaciencia, soportando el retraso de mi
arribo en el aeropuerto de Madryn.
Saludos
pecho de paloma, casi al vuelo y sin protocolo. Paula Ortega “La guía” asumió
su rol y dijo: ¡Vamos! ¡Vamos! No perdamos tiempo que no llegamos al avistaje
de las Ballenas en el ”Yellow Submarine”.
Debemos apurarnos. A lo que acotó Claudio: De llegar a tiempo me encargo yo.
Salimos disparados hacia el auto.
Allí
comenzamos los aprontes para conocernos. La desesperación por contarnos cosas
de nuestras vidas y hacer un reconocimiento individual exprés, nos permitió
establecer un diálogo, eso sí de locos, todo entrecortado y lleno de palabras
encimadas. Es que me habían preparado un programa muy intenso para que, en
menos de cuatro días, conociera la Península, sus habitantes, su historia, bla,
bla, bla.
Para
ello debíamos convivir estos cuatro días… Pensaba… con lo difícil que es hoy
convivir. No nos esperaba una tarea fácil. Paula se sintió un poco desplazada.
Es que no le permitíamos meter bocado. Cuando se produjo un pequeño silencio…
arrancó y no paró de hablar y dar indicaciones hasta llegar a destino.
Me
hizo una reseña de la Península, de las Ballenas, de lo
que íbamos a conocer en estos días, con el ambicioso plan que había preparado
de manera de aprovechar mi visita. Detalle de lo que íbamos a comer. Yo pensaba
en un cordero patagónico y me relamía. Claudio concentrado ahora sí, en la
ruta. Mientras la jefa le recordaba que no quería perder la posibilidad de
hacer nuestro primer acercamiento a las Ballenas. Bla. Bla. Bla.
Mientras
entrábamos a destino. Puerto Pirámides.
Yo buscaba y rebuscaba en mi memoria, para saber si podía reconocer el lugar.
El automóvil bajaba raudamente. La vista era hermosa. Ante nosotros la bahía y
el mar intensamente azul como fondo. Revolví y revolví en mi oscura memoria y
nada.
Nada
era parecido en lo que yo había guardado de él. El camino asfaltado y la
entrada a Puerto Pirámides, me cambio la película. Esto es totalmente distinto
a lo que conocí. Es una hermosa villa y en el fondo el inconfundible azul, el
auténtico azul del mar. Era la pincelada maestra del artista en este cuadro de
magnífica belleza.
Habíamos
llegado con el tiempo justo. Estirar tímidamente las piernas…Un suspiro y a
llenar los pulmones de ese aire puro y fresco que nos ofrecía la orilla del
mar. ¿Olor a sal? Ya estábamos caminando por la playa. Apurados nos íbamos
colocando los salvavidas. El Submarino Amarillo estaba atento y preparado en la
playa sobre la arena.
En
él haríamos el avistaje de las Ballenas. Montado en su tráiler nos esperaba,
todo dispuesto para sumergirse. Su figura es imponente, no dejaba de ser una
gran ballena pintada de colores estridentes. El personal embarcado nos recibió
con un cariño muy particular y nos hizo sentir a todos muy seguros.
Luis,
el fotógrafo de a bordo, llevó la voz cantante y se ocupó de darnos las
explicaciones de seguridad. No hay bar y no hay comida para no ensuciar el agua
donde habitan nuestras amigas. Las ballenas tienen en él un aliado. Pocas veces
escuché hablar a un ser humano con tanto amor como lo hizo él.
Su
conocimiento sobre ellas es muy amplio y no es nada perezoso todo lo cuenta y
lo vuelve a contar tantas veces como sea necesario. Para no andar con muchas
vueltas nos dijo: Pregunten. Pregunten. Que si no conozco la respuesta…la
invento.
A
decir verdad desde la noche anterior que tuve una rara sensación en todo mi
cuerpo y mi mente. Ni triste, ni alegre, melancólico…quizás…ansioso…La palabra
justa. Pero ya. El Yellow Submarine había soltado su tráiler navegaba solo
empujado por dos motores con 500 HP de furia. La mitad de su cuerpo sumergido.
Allí radica la gran diferencia.
Permite
la observación a cielo abierto y si no debajo del agua a través de 40 ventanas,
distribuidos a ambos lados. Su navegación es muy suave e imperceptible, lo que
le da al observador una tranquilidad absoluta y le permite tener sus cinco
sentidos en la aparición de la “Ballena Franca Austral”.
La
maniobra de entrada y salida del agua es muy particular. Se encuentra en tierra
sobre un tráiler gigantesco, donde está depositado. Un vehículo que lo empuja
con su cama y sus habitantes, todo hacia el agua hasta que flota y allí lo
suelta. Se ponen en marcha los motores logrando una total independencia.
Desde
abajo la vista es sorprendente. Un pasillo largo con ventanas cada una con su
asiento. Esto permite ver al agua y en un futuro las ballenas en su propio
hábitat. A través de ellas te invade un color verdoso con impurezas,
seguramente seres vivos que deben ser el alimento de las ballenas. El color más
oscuro resalta cuando miramos hacia arriba y una fuerte transparencia más clara
te invade, porque viene desde el exterior.
Ya
habíamos visto a lo lejos un clásico movimiento que provocan ellas en el agua.
Hacia allí fuimos. Estábamos todos expectantes y en silencio. El encuentro era
inminente. Nuestra primera ballena estaba casi al alcance de la mano. El
capitán comenzó el acercamiento. Lo hizo por uno de sus laterales. Buscó la
deriva del agua. Sus motores regulando.
Pareciera
que su ronroneo les encanta a estas maravillosas criaturas. La embarcación no
sé si empezó la aproximación o ella se acercó a nosotros. Pasamos de
observadores a ser observados. Nuestros pechos explotaban. Casi no
respirábamos, nos mirábamos atónitos y nuestros ojos fijos en el agua. La
espera era eterna todos esperando el momento en que apareciera en la
superficie…
…Y
sucedió. Primero un fuerte resoplido y el agua en forma de lluvia cayó sobre la
superficie y apareció su cabezota gigante. Nosotros queríamos hacer todo a la
vez. Verla, sacarle fotos y a su vez salir de nuestro asombro. Este era nuestro
bautismo. Nuestro primer contacto con la Ballena Franca en aguas de Península
Valdés. Una maravilla. Nosotros también resoplamos y permitimos que el aire que
retenían nuestros pulmones saliera con un resoplido similar. Nos mirábamos muy
turulatos pero esta vez… con una sonrisa.
Según
Luis no estaba muy confianzuda, se dejó ver poco, apenas su cabezota y parte de
su lomo. Mucho menos fue su cría que apenas se asomó. Parecía vergonzoso de
tanta exposición. Rápidamente se fueron hacia su gran escondite. El agua. Se
escuchó nuevamente la voz de Luis - el domador de ballenas- con su dulce y
cantarino tono nos volvió a repetir sabias palabras ¡Paciencia! ¡Paciencia! Ya
van a aparecer nuevamente. Cuánta razón tenía. Pero quien contenía precisamente
nuestra… Impaciencia.
Estábamos
todos amontonados sobre una borda, no nos queríamos mover. Conteníamos la
respiración. Nuestros ojos clavados en el agua y todos querían tener el poder
de traspasar su contenido. Queríamos ver debajo de ella. Nuestro dedo índice
acariciando el gatillo de la máquina de fotos por supuesto. Se hacía rogar.
Hizo su aparición nuevamente, esta vez nos mostró toda su cabeza, pero el bebe
no quiso aparecer. Seguramente estaba despeinado.
El
Yellow Submarine flotaba lánguidamente en las azules aguas del Golfo. Pasaban
los minutos y ningún movimiento. Nos mirábamos desorientados y el capitán
también. Él oteaba el horizonte, todos mirábamos para todos lados. Nada. A 300
metros en la lejanía apareció su cabezota.
La
proa apuntó hacia ella y el capitán le bajó los bigotes a los aceleradores. En
un instante navegábamos a la par, era evidente que nos estaba esperando. Ya
éramos como amigos y en agradecimiento esta vez se mostró casi de cuerpo
entero. Inmediatamente emergió su cría. Pero estaba vez no estaba detrás de su
madre estaba lateralmente adelante de ella. Se mostró durante unos instantes
con medio cuerpo afuera. Había perdido el temor. No es para menos con semejante
mamá. ¡Quien no se hace el valiente!