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LUGARES ENCANTADOS DE LA ARGENTINA
Paisaje patagónico. El cerro alcanza 100 metros de altura a pasos del
mar.
A
primera vista, el paisaje poco agraciado de la meseta patagónica no tiene mucho
para deslumbrar. Pero en Chubut,
a unos pasos de la costa atlántica, la sorpresa llega de la mano de un
viboreante camino de ripio, que ya tomó 17 kilómetros de distancia de Puerto
Madryn.
Fotos De Paisajes
Antes
de trepar la última barda del circuito, demanda un último esfuerzo a los
automovilistas, para dejarlos cara a cara con la estilizada silueta del Cerro Avanzado. El cono amarillento se
eleva sobre el borde mismo del frente costero, como un vigía que señala el
majestuoso final de la excursión.
El
suelo regado de plantas medicinales demanda sumo cuidado para dar cada paso, lo
que obliga a refrenar el impulso por admirar la inmejorable vista panorámica,
plasmada en un luminoso plano de 360 grados. Es que no es raro dejarse llevar
por el intenso color de los frutos comestibles y enseguida caer en las garras
de las espinas del yaoyín, el quilembay, el jume o el molle. En dirección a la
cima –a 100 m de altura–, de entre las raíces extendidas en el suelo también
asoman restos fosilizados de ostras e invertebrados, un invalorable muestrario
a cielo abierto de la fauna marina prehistórica de esta región.
Los
visitantes cuentan con el sol instalado a pleno sobre el cielo despejado y el
viento no es más que un suspiro, una combinación ideal para esta tarde de
invierno. El mar, entonces, es puro brillo hasta Punta Ninfas –al sur– y hasta
es posible distinguir el contorno redondeado de Península Valdés, en el extremo
norte del Golfo Nuevo. Por detrás del cerro corren dos maras, un zorro espía a
los forasteros y pasta una manada de guanacos. Pero el suelo árido de la estepa
y su vegetación austera permanecen inmóviles.
A
3 km del Cerro Avanzado, el magnífico encuentro de la meseta y el mar vuelve a
agitar la curiosidad. Un solitario cormorán de cuello negro camina
despreocupado por la playa de canto rodado, sin siquiera reparar en una ruidosa
reunión de gaviotas. Bocetos del espectáculo mayor de la avifauna, que espera a
los pies de un abrupto acantilado.
La
playa intangible de Punta Loma es el tesoro mejor guardado de las 1.707
hectáreas del primer Area Natural Protegida de la provincia de Chubut, creada
en 1966. Una colonia permanente de 1.500 lobos marinos de un pelo es la razón
única por la que una veintena de turistas –arracimados en dos miradores–
dispara gritos de admiración seguidos por los disparos de sus cámaras
fotográficas.
Los
chicos prefieren captar cada detalle a través de un telescopio y hasta se
animan a ilustrar a los adultos con la lección aprendida después de leer los
carteles didácticos: “Además de los lobos marinos y sus crías hay cormoranes,
gaviotas cocineras y gaviotines”. Uno de ellos desvía el foco con autoridad:
“Miren esa ola. Está nadando una orca”. Aunque imprecisa, la sugerencia es
suficiente para que todas las miradas apunten hacia el mar transparente y se
regodeen con otra imagen inesperada. A unos cien metros, un ballenato imita los
saltos de una portentosa ballena y vuelve a sumergirse de cabeza. La tierna
escena se repite, una y otra vez, hasta dejar más que conforme a toda la
platea.
Por
lógica consecuencia, el grupo de turistas porta el mejor semblante al momento
de regresar a Puerto Madryn. Antes de alcanzar las primeras edificaciones del
sur de la ciudad, donde resalta el moderno diseño del Ecocentro, la playa
Paraná sugiere la última escala. El acantilado vuelve a ganar cuerpo, esta vez
para dar abrigo a un par de pescadores y un parapentista que acaba de
aterrizar. Al fondo, inmutable, el mar despliega su inmenso manto azul.